Ayer estrené alas, una Infinity III de U-Turn. El plan de vuelo era una ruta que ya había realizado antes. De Izaña al Puerto de la Cruz. Salida a 2300 metros de altura y llegada al nivel del mar. Distancia recorrida unos 14 kilómetros, sobrevolando el Valle de la Orotava.
Despegué a las diez de la mañana con el Valle despejado. En el horizonte, sobre el mar, pequeñas nubes lejanas. Apenas llevaba 5 minutos de vuelo cuando ante mi empezó a formarse, como por arte de magia y saliendo de la nada, una nube descomunal que creció hasta cubrir la mayor parte del Valle. ¡Acojonante! Y cuando digo acojonante no es fabuloso, sino que me acojoné. Cuando llegué a la nube parecía que iba a chocar con una montaña gigante de algodón. A pesar del acojonamiento puede admirar la grandiosidad de la nube, que tenía dibujado en su base un arco iris circular. Estuve dentro de aquella inmensidad cinco minutos interminables, ¡no se veía nada!, todo era blanco a mi alrededor, frío y húmedo, y se oía en el ala un ruido como de TV analógica sin señal. ¡Estaba experimentando “la oscuridad blanca” de la que ya había leído. La prioridad era no perder el rumbo para no terminar dando vueltas sin sentido dentro de aquella nada.
Bueno, pero como uno es un aventurero intrépido y aguerrido, que resuma donaire y gallardía por los cuatro costados, je, je, je , vamos, un macho ibérico en ciernes, me crecí ante la adversidad y haciendo uso de mi ojo de halcón (y una brújula que llevaba, detalle que no es baladí) escapé de la nube y seguí mi vuelo hasta aterrizar suavemente, como una pluma mecida por el viento, en la explanada del muelle del Puerto de la Cruz.
He perdido otro miedo.
No tengo fotos, porque ahora mis prioridades son llegar de una pieza al destino, pero habrá desde que le coja bien el tranquillo al asunto.
Como ésta es mi birlocha.
Y como esto es lo que se veía dentro de la nube.